domingo, agosto 24, 2008

Vacaciones extraordinarias a base de agua


Queridos arconeros, siento haberos tenido tantos días abandonados, pero voy a recurrir a las típicas excusas que se dan en estos casos, simplemente porque es la verdad. He estado con mucha resaca de feria y la he empalmado (si que suene mal pero no encontraba otro sinónimo) con esto tan íncreible que tenéis a vuestra derecha: la Expo de Zaragoza.

En estos días, he viajado en pocas horas en tantos sitios que ni podía imaginar. En un primer momento, pasaba de Suecia a Polonia, de Japón a Alemania y todo sin recurrir a los puntos Iberia ni a los de la Travel, ideal, ¿no?

Cuando hace dos años estuvimos en Zaragoza, ya empezamos a dislumbrar lo que iba a ser la Expo, aunque todavía no había nada terminantemente construido, decidimos que cuando pudiéramos (y ya que yo me perdí la Expo de Sevilla porque era muy chiquitilla y mis padres no querían sufrir conmigo con la caló de por allí y porque hubiera sido un verdadero trasto) viviríamos la Expo de Zaragoza, porque te guste o no, es un gran evento que merece la pena verlo sólo para averiguar qué tal ha quedado.

Como acabo de contarle a un amigo, nunca pensé que podría visitar tantos países en tan poco tiempo. Un simple mortal no podría reunir el dinero suficiente para irlos a ver todos, pero el hecho de cruzar una acera y poder estar allí y sentir su cultura, merecía la pena.

Tengo que decir también que cómo ocurre en la mayoría de estas celebraciones, la organización brilla por su poca habilidad a la hora de resolver los problemas, pero resultó un problema insignificante puesto que lo importante es lo que uno ve allí y en cuanto alguien te trata con normalidad, las malas caras y las malas respuestas se disipan y sólo queda organizarse para disfrutar.

Repito mucho la palabra organización pero es que fue nuestra palabra clave a la hora de afrontar las previsibles colas y ver lo importante en tres días. En el primero logramos averiguar los pabellones más importantes y la manera de acceder rápido a algunos, con lo cual también aprovechamos para ver alguno suelto sin mucha cola. Los que más nos gustaron fueron Nepal, donde un agradable tibetano nos relajó completamente cogiéndonos la mano con un cuenco que vibraba y te hacía sentirte como si volaras, una sensación de calma absoluta y también Polonia que se curraron un pabellón y un video precioso sobre lo que están haciendo para ahorrar agua en su país.

Eso sí se demostraba en todos los pabellones. Aunque en algunos más que otros, porque evidentemente no todos los países de este mundo gozan de todo el agua que necesitan para subsistir y eso se denunciaba en la Expo, al igual que se descubrían nuevas formas para ahorrar agua y sobretodo conocer cómo se puede conseguir aprovechar las nuevas tecnologías para que el agua sea más sana y se pueda consumir.

No digo que la Expo sea en plan documental sobre lo bien que nos tenemos que portar todos para que tengamos agua, pero sí que logra concienciar inconscientemente a través de los numerosos pabellones y espectáculos para lograr que la falta de agua no sea un problema futuro. No todo el mundo haremos caso pero al menos sabemos que el problema está ahí.

Volviendo al viaje, el segundo día lo dedicamos a conseguir entradas para el acuario, que son de esas que tienes que madrugar a muerte y las logramos y después vimos los pabellones más alucinantes de todo el recinto: Alemania y Japón. Su grandiosidad radicaba en la originalidad a la hora de aprovechar el espacio y la originalidad en mostrar lo que hacen sus países para aprovechar el agua. Fue una mañana de ensueño donde nuestros ojos no podían parar de ver todo lo que se nos mostraba a nuestro alrededor. Y no menciono a Bélgica, porque lo único que quise hacer allí era aprovecharme del bar exterior para disfrutar de su exquisito granizado de chocolate. Íncreible.

Y el último día, el gran logro después de reiterarnos hasta la saciedad que no habría entradas para nosotros. Por fin, conseguimos entradas para el Pabellón de España. No sé qué nos pasó pero cuando las tuvimos después de dos horas y media de cola, el corazón se nos salía del pecho y nos sentimos como esos ganadores de medallas en los Juegos Olímpicos de Pekín, aunque no entrenaramos tanto. Pero lograr esa entrada, fue nuestra sonrisa del día.

Después a aprovechar los pabellones que nos quedaron y sumergirnos en una atracción de huracanes, tifones y tsunamis con un chubasquero que parecía que nos estaba chico a todos pero que nos hacía tener unas pintas estupendas.

En definitiva, que ni las colas, ni el calor, ni la lluvia que nos pilló al final del segundo día y con la que no contábamos nadie (era gracioso vernos a todos con pantalones cortos pisando todos los charcos), ni la mala organización... Todo eso fueron mitos que logramos derrotar y convertir nuestro viaje a la Expo en unas vacaciones inolvidables.

Y como los sueños en algunas ocasiones tardan en acabarse, mi mayor regalo llegó a casa en forma de fotos y un marco en mi color favorito, el rojo, donde mi bichito y yo salimos estupendos (y eso es raro porque yo de fotogénica tengo poco) que nos enviaron mi jefe y mi Almu como agradecimiento por sus días en nuestra tierra. Lo que ellos no saben es que ya nos agradecieron todos esos días con sus sonrisas y con lo más importante que muy pocos pueden poseer, con su amistad.

Viva la Expo y Viva Fluvi ¡¡¡

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