El comienzo es soberbio y nos presenta una historia inquietante. En un confesionario, un hombre que ha sufrido abusos sexuales por parte de un sacerdote le dice al protagonista, Brendan Gleeson, que le va a matar en una semana aunque él no sea el culpable de lo que le sucedió para que su caso tenga repercusión tanto en el propio pueblo como en los medios de comunicación. La forma en la que se lo plantea, la interpretación de Gleeson y el punto de vista de la cámara es increíble y provoca una expectativa más que alta de todo lo que tiene que llegar durante la película.
Mi sorpresa fue que el grado de sorpresa iba descendiendo a medida que pasan los días hasta que llega ese domingo fatídico. Nos muestran cada uno de los días, cómo este clérigo intenta arreglar sus asuntos hasta de que llegue ese día y qué relación tiene con los habitantes peculiares de donde reside. Las escenas se iban sucediendo cada vez más lento y no siempre lo que mostraban, era de mi interés o me servía para continuar implicada en el ritmo de la película.
Y es lo que normalmente me sucede con las películas lentas, sino me logro meter de lleno en ellas, vivir la historia como si fuera mía, no consigo tener ese grado de satisfacción cinéfilo para que salga contenta de la sala. Y me da rabia porque el planteamiento era buenísimo. Y lo que más me estaba atrayendo es esa crítica feroz a la religión, a lo que profesa y a los que la toman como suya o hacen como que lo son. Recuerdo por ejemplo una frase que pronuncia Brendan Gleeson, "un amigo es un enemigo que todavía no te ha atacado". Diálogos tan certeros que con un planteamiento con más ritmo y equilibrio, no te causarían esa pesadumbre de darte igual qué ocurre hasta que llega ese domingo donde se ha impuesto esa pena que no sabemos si se cumplirá o no.
Eso sí, los paisajes irlandeses son maravillosos y la música de su banda sonora, también:
Nota: 4 arcones
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