miércoles, julio 09, 2014

El viaje con más encanto

Abro de nuevo mi arcón para hablaros de mi viaje encantador por los Castillos del Loira, Normandía y Bretaña. Aparte de hacerlo porque me apetece contaros las andanzas aventureras, así tampoco os aburro cuando nos veamos contando las mismas anécdotas y enseñando fotos y fotos, hasta que ya no sepáis ni lo que os estoy contando.

Reconozco echar de menos este arcón donde me desahogo y conozco a tantos personajes que siempre me aportan algo en las entrevistas pero también me hacía falta ese descanso y no pensar. Ese dejarte llevar que tanto aportan los viajes y que, por ello, merece la pena hacerlos.

Y sólo hago un momento "kit kat" en cuanto a que ya conocéis que vamos a realizar una queja formal por la mala organización de nuestra guía, pero esto no ha impedido para nada que hayamos disfrutado de nuestro viaje como habéis visto reflejado en alguna de las fotos que hemos colgado en mi Facebook y que pondremos por aquí. Cuando ocurren estas cosas, lo malo ya está y amargarse te hará el viaje más pesado y eso no podíamos consentirlo. Cada vez que lográbamos llegar, tarde pero llegando, a esos rincones paseábamos, hacíamos fotos y contemplábamos cada detalle, sorprendiéndonos de esa restauración y cuidado a esos monumentos tan impresionantes y que merece la pena ver. Eso sí, recomiendo no contratar ningún tipo de servicio con Mapa Tours. Así os garantizáis que vuestros viajes serán placenteros desde el primer día.

El viaje comenzó con el regreso a París. Mi cuarta vez. La primera vez con mi madre y mis tíos, la segunda de viaje de fin de estudios con el instituto, la tercera con Carlos en nuestra primera escapada fuera de España y ahora para empezar este circuito. Y aún me quedaban cosas por ver.



Entre ellas, Montmatre y el Sacre Couer. Un recibimiento lluvioso que no desmereció el día para nada. Mucha gente se para con la lluvia, nosotros pensamos que no hay tiempo para eso, en cuanto llegas al hotel, te secas y ya está. En eso le doy la razón a mi amigo Raúl, las ciudades con lluvia tienen mucho encanto y están tan acostumbrados a ella, que no se paran. Me encantaría que nos contagiáramos de ese espíritu en una ciudad como mi Málaga que se detiene cuando caen cuatro gotas.

Esta fotografía está sacada con lluvia y aún así, no desmerece la impresión de entrar a este monumento cuyo interior, se puede asemejar a una Tardis, mucho más grande por dentro. No solamente la estructura y la forma de los capiteles y torres son impresionantes, el interior enriquece muchísimo cada una de las salas y da mucho gusto refugiarse allí mientras contemplas las columnas, los techos, las bóvedas y las vidrieras.

Pero el objetivo estaba claro, la cafetería de "Amèlie". Rue de Lépic tenía apuntado en mi post-it rosa. Y con la lluvia, levanto la cabeza de mi chubasquero y ahí estaba ese cartel donde tantas veces esta princesa francesa entraba en la película y ponía esos maravilloso cafés (que los tiene, deliciosos y mucho mejor tomártelos en la barra), "Les Cafe de Deux Molins". 

Con motivo del mundial, tenían las banderas de todos los países participantes poniendo un cartel de R.I.P en cuanto iban cayendo en las eliminatorias y España como no, estaba también. Curioso ver la cafetería decorada así. Turistada o no, en los viajes no debería opinar nadie sobre este tema, las ilusiones se pueden medir en lo que cada uno quiera hacer y le llegue por dentro. Y yo fui muy feliz tomándome ese café e imaginandome que ella me lo ponía. Al ir al cuarto de baño, hay una estantería con todos los detallitos de la película y hasta en esa parte que menos se quiere ver de un local, tenía ese encanto que te contagia esta película y este personaje. Desde Nueva York, no hacía una inquietud fílmica y lo echaba de menos.

Al día siguiente, empezábamos con los Castillos. Ha sido interesante comprobar que pensando ingenuamente que lo mejor de esta aventura sería eso, no lo iba a ser, aunque recalcando esa conservación y majestuosidad tanto el de Blois como el de Amboise son dignos de visitar. Incluso, para quien no le apasione el tema castillos.

El de Blois tenía una simbología asombrosa en cuanto a las casas reales que lo habitaban. Un puerco espín y la cola de armiño decoran todos los rincones de estas habitaciones, vacías de muebles, pero no de impresionabilidad. 

En este castillo se podían diferenciar las diferentes etapas y construcciones históricas que lo recorren.

Y el de Amboise que visitamos posteriormente, era más la visión a la hora de subir esa cuesta donde se ubica y vas mirando poco a poco su majestuosidad hasta que ya lo tienes completo en tu campo de visión. Reconozco mientras iba subiendo las escaleras, que imaginaba en mi cabeza la sintonía de "Dowton Abbey" porque está rodeado por campos de flores y tiene un color que se me asemejaba muchísimo al de la serie británica.

En este castillo es donde está enterrado Leonardo Da Vinci, y ese motivo junto con ir recorriendo las estancia, carentes de muebles, pero insisto, imaginando cómo podía ser la vida allí, hace que merezca la pena su visita y que haya sido el que más recuerdo se ha mantenido en mi memoria.

No os vamos a poder ofrecer fotos nocturnas en esta ocasión, ya que esa mala organización no permitía que pudiéramos escaparnos por la noche para realizarlas. Pero sí que tuvimos una de nuestras noches mágicas en Tours.

Bajando por la calle peatonal desde el hotel al centro, iba anocheciendo y pudimos ir fotografiando algunas de las calles y casas que recorren su centro y en un momento dado decidimos antes de volver a dormir, retratar el puente que recorre el río de la ciudad a ver si conseguíamos sacarlo con una buena luz nocturna.


Mientras nos dirigimos allí, escuchó esa estrofa de Stevie Wonder, "You could be my loveeee", con la que irremediablemente tienes que bailar y siguiendo esa melodía nos encontramos este sitio de sillas y mesas de hierro, una pista de baile de madera con una bola de discoteca y un bar con forma de barco en madera donde se instalaba un DJ en una caseta de ensueño y que los dos al instante supimos que ese rincón mágico nos estaba esperando.

Probamos una cervecita artesanal de la zona y un vinito y nos sentamos y algo bailamos. La brisa fresca junto a la falta de prejuicios por quién bailaba y lo que llevaba puesto, hicieron que soñara con mis noches ideales de disfrute. Una señora mayor bailaba con un joven, una joven descalza con un chino y así os puedo poner mil ejemplos. Nadie se burlaba de cómo se bailaba, es más me sentí hasta mal de no bailar tanto como ellos. Allí sólo había tranquilidad, independencia y pasárselo bien. Otra forma de pasarlo bien por la noche, mi manera, la que me encantaría que se contagiara en Málaga y que sé que nunca veré pero esa noche jamás la olvidaré.

Entre Michael Jackson, Earth, Wind and Fire y demás, sonó esta melodía que me encantó descubrir. Otro placer de esa gran noche


Vamos a Nantes donde, aleluya, nos toca guía local. Un francés casado con una asturiana a la que convence para residir en Nantes y que me bromea con que no sabe si es una suerte que sucediera así. 

Visitamos este castillo donde nuevamente me llevo un ejemplo de conservación exquisita, además de notarse en la construcción las diferentes etapas históricas que pasaron por él.

Y de allí a una de las catedrales más impresionantemente grandes que haya visto. La vista ya ni alcanzaba al techo y en su interior se encuentra la tumba de Francisco II con una simbología explicada con el guía que la hicieron más interesante todavía. Supongo que es un refuerzo por lo que me encanta la mitología griega, esa capacidad de simbolizar en objetos u animales, nuestras sensaciones más reconocibles pero a la vez impresiona su relación

En Nantes, nació el escritor Julio Verne y por ello le tienen dedicada una isla que le llaman "Las Máquinas de la Isla" con iconografías de sus libros. No pudimos ir a visitarla al ser lunes y encontrarse cerrada pero nos quedamos con las ganas para una próxima visita. Comimos en uno de los restaurantes más míticos de la ciudad, "Le Cigale" donde pude degustar un pato con unas patatas de auténtico lujo. Aún así, sigo sin acostumbrarme a comer carne poco hecha y les pedí que me la hicieran un poquito más, dicen que con eso se rompe el sabor pero aún así, para mí estaba extraordinario. A ver si logro reproducirlo.

Una iniciativa que encontramos en Nantes y que me encantó fue el lugar donde encontramos un café aceptable y no aguachirri como en los desayunos de los hoteles, en cuya calle estaba todo al revés, los carteles y hasta un coche al principio y al final de la calle. Resulta que era una calle de artistas donde realizaban diferentes exposiciones como ésta donde lo colocaban todo al revés. Nos lo explica el camarero donde nos tomamos el café, demostrándome además, que fuera de París la gente es muchísimo más amable que en la capital.

Y para este día, nos quedaba Gourmande, donde están las minas de sal que, por lo visto, tanto le gusta a Arguiñano.


Pero aunque en todos sitios aparece este lugar destacado por la sal, el recorrido por la ciudad fue memorable. Hubiera preferido llegar a tiempo para ver la vida comercial del pueblo pero a falta de ello, lo recorrimos por sus calles interiores donde nos encontrábamos casas de ensueño y por la muralla que lo recorre que es de las mejores conservadas de toda Europa. Que sí que hay sal y nosotros pecamos y la trajimos, pero hay más cosas.

Día siguiente, uno de los lugares inesperados que se queda en mi retina. Vannes. Vaya ciudad medieval más ideal para recorrerla. Colorida, de madera, con un suelo de piedra ideal. Encontrando rincones perfectos a cada paso.


Nos tomamos un café, de nuevo maravilloso fuera del hotel, en una terracita donde veías a los comerciantes cargar con el producto fresco hacia el mercado. Y nos sucedió la primera anécdota con la gente del lugar al colocarme para una foto donde queríamos que se viera el puerto al fondo, y unas personas que iban con un señor en silla de ruedas, nos dijeron que nos la hacían a los dos y para que saliera perfecta nos colocaron hasta las piernas. Unas personas encantadoras. Esas pequeñas cosas que no se te olvidan de un viaje.

De aquí a Carnac, donde el conjunto megalítico es impresionante pero me dejó un poco desanimada porque no había tanto como se podía pensar. Eso sí tuvimos la oportunidad de hacer una foto a lo Obélix. Como tocaba.

De Carnac sí que me llevó el puerto tan fantástico donde comimos. Que merece incluso más la pena que los propios dolmenes y menhires. Qué bien cocinan el pescado. Delicioso al igual que la sidra de la zona, otro pequeño lujo que nos dimos y que nos mereció mucho la pena.

Acabamos este día en Rennes, afortunadamente con guía local, recorriendo otros rincones medievales de piedras, casas de madera y monumentos a cada cual más encantador. Entre las muchas anécdotas nos habló de la cocinera envenenadora, Helene Jegado, que llegó a matar a 27 personas, según los datos que se conocen. Aderezaba con arsénico las comidas que preparaba en el hotel de Rennes que visitamos y no se sabe el porqué.

En esta ciudad nos tocó el hotel más moderno, el Isidore, que daba gusto por las habitaciones tan amplias y fantásticamente diseñadas, además de por tener diferenciados la planta donde cenábamos de la del desayuno. Muebles más contemporáneos y un diseño muy sofisticado. Me encantaron las cenas de allí, nos la preparaban a la vista y se notaba esas presentaciones francesas, que jamás me saldrán, y unos aromas y sabores que me apetecía probar y que resultaron unos platos exquisitos. Soufles de Queso, gazpacho, hojaldre y postres de chocolate o manzana que hacían que recuperaran las energías de todo lo visitado

Y llegamos a mi día. El que no esperaba. El que sustituía por castillos pensando que sería lo que más recordaría de nuestro viaje. Hasta que llegamos a Mont San Michel


Lo que yo os describa se queda corto y lo que veáis en "El nombre de la rosa" o películas similares se queda más corto todavía. Subir esa cuesta y esos escalones para recorrer esas estancias debe ser de imprescindible visita para todo el mundo. No había visto nada mejor conservado y que olía a refugio, a espiritualidad y a tranquilidad. Iba bajando escalones y aún no podía creerme que podía ver más cosas. Nuestra guía local, Belinda, además amenizó y situó mucho lo que ocurría en cada zona que visitábamos. Luego tuvimos la ocasión de ver la muralla y te sentías como en una película de época, viendo a los caballeros salir de la muralla por la puerta de entrada. Una auténtica maravilla. Prometo visitarla en el futuro pero de noche, donde organizan conciertos de música y si de día me pareció impresionante, al caer el sol, la sensación debe ser única. Lo haremos


Y si ya esto escapaba a mi imaginación, Saint Malo, es la mejor ciudad que he recorrido. Tenía sus calles de piedra y sus casas de madera, pero la pudimos ver con esa vida comercial que necesitaba, con sus tiendas de souvenir abiertas y muy detallosas y encantadoras y esa muralla alrededor de la ciudad interminable pero además es que no quieres que se acabe. Alrededor, se formó una playa donde con piscinas artificiales y un trampolín, la gente disfrutaba de este día de verano. Algo único que me encantó descubrir. Mont Saint Michel y Saint Malo se convirtieron en mi día especial, sin duda.


Aparte del reto del pato, otro que me he propuesto es el de los crèpes. Todo el mundo nos decía que no se sabe el secreto de porqué esa masa les sale únicamente a los bretones. No creo que lo haya descubierto pero en Dinard no quise resistirme a probarlos, viendo cómo un cocinero los hacía delante nuestra y ya sé los ingredientes, así que a probar hasta que me salga. Conejillo de indias ya tengo, así que os iremos informando de los resultados. Por cierto, están de rechupete. Sólo con azúcar.


En este penúltimo día me acordé mucho de mi grandullón. Visitamos en primer lugar la playa del desembarco de Normandía, con su memorial y su cementerio. La de veces que me ayudó en mis exámenes de historia a comprender lo que sucedió y que pudiera aprobar con facilidad, como él contaba esas historias que era único.

Se me sobrecogió el corazón viendo esa playa donde tanta gente perdió la vida pero más aún, algo que sólo nosotros pudimos ver (ya que aprovechábamos cada segundo al llegar a los destinos). Suena el himno americano y seguimos el camino hasta el origen y allí en ese memorial, un grupo de estudiantes americanos en París rodean este lugar mientras suena en solemne silencio. Al acabar, un aplauso enérgico y cada uno de ellos expresa palabras de agradecimiento a los que dedicaron su vida en esa batalla. Sobrecogedor, de verdad. Una de las mayores experiencias de mi vida.

Recorrer el cementerio me recordó al de Arlington en Washington. Esas mismas sensaciones de respeto y solemnidad y como no, de impresión, porque ver todas esas tumbas juntas alineadas hasta el horizonte, se te marca en el corazón.

De allí también fuimos a la playa de Arromanches donde en el recorrido, todos los restaurantes, museos y casas se decoran rememorando el 70 Aniversario. Y lo hacen con orgullo y da gusto ver cómo celebran y saben tener memoria para contar lo que sucedió.

No hay que tener ese miedo. Luego las versiones cada uno las cuenta cómo les interesa. Pero al menos hay que reconocer el sacrificio de esos valientes y contar con toda la información posible para saber lo que ocurrió. Esa manera de respetar y celebrar ese Desembarco en las playas de Normandía me dio mucho que pensar y reflexionar acerca de lo mucho que nos queda para hacer lo mismo. Sin intereses ni partidismo. Sé que nunca lo veré pero al menos he estado fuera de España para saber que en otro sitios sí sucede. Me dio mucha envidia.

De Caen no os puedo contar mucho debido a que únicamente hicimos una panorámica parando en este Ayuntamiento. Una pena porque las murallas y el Castillo respondían a esa estética normanda que quería seguir descubriendo y no solamente con una visual desde el autobús.

La última parada fue en Rouen, lugar en el que quemaron a Juana de Arco y cuya iglesia y catedral si que pude comprobar que tenían una presencia como las que no estábamos acostumbrando de grandes estancias, altas columnas y bóvedas impresionantes y un casco histórico con esas casas de madera que tanto gustaba volver a ver y comprobar nuevos modelos que mejoraban la ambientación de las plazas y calles.


En nuestro último día, ya en París, pudimos recorrer sin miedo a la hora de cierre el Museo de Orsay, tan original en cuanto a cómo están ubicadas las distintas salas y la de artistas contemporáneos que alberga en un espacio que fue anteriormente una Estación de Ferrocarriles cosa que se puede contemplar en su estructura y en el famoso reloj


Y para finalizar, otra de tantas sorpresas que hacen que un viaje sea memorable, descubrimos una exposición de los artistas gráficos de los héroes de la Marvel. Dibujos y exposiciones de figuras de Spiderman, Los Vengadores, Iron Man, Thor o Hulk poblaban esta estancia donde no dejamos de sorprendernos con la calidad y las reproducciones que pudimos encontrar.


Estas ciudades con encanto superaron a los castillos, eso fue algo sorprendente que marcó este viaje, más que mala experiencia de la organización que desde ahora no aconsejamos jamás a nadie que viaje con Mapa Tours, pero ni eso consiguió que mis ojos hayan disfrutado como siempre y que me lleve anécdotas para el recuerdo y que os contaré una y otra vez hasta que me advirtáis que pare. París es la ciudad del amor pero esos Castillos del Loira, Bretaña y Normandía han hecho que me enamore más de este país. Un privilegio haber descubierto estas maravillas impresionantes y bien cuidadas. Espero no tardar mucho para una próxima aventura y mientras tanto seguiremos con nuestras andanzas en el blog, que no viajan tanto pero también dan sensaciones únicas.

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