Los seres humanos tenemos la tendencia de crearnos una idea de una persona nada más conocerla. Una idea que permanece intacta en nuestro cerebro y que por mucho que los actos de esa persona puedan llegar a dudar de nuestra sentencia, ella ya se ha hecho totalmente firme y condenatoria, sin posibilidad de réplica ni modificación.
Así sentimos que conocemos a las personas. No permitimos un error o que tengan un día malo. Sencillamente, son así y no hay más que hablar.
Quizás sea porque es la solución más fácil y sencilla a la que podemos llegar. ¿Para qué me voy a preocupar si fulanita ha cambiado en estos años o, incluso, en estos meses?. Ella era así, así y así. Y aunque en su corazón esa persona sabe que ha cambiado, lo cierto es que ya está condenada a ser lo que era. Y si, por un momento, notamos ese cambio, nos preguntamos quién le ha hecho cambiar, no que esa persona haya sido capaz de dar ese paso, sino quién le ha hecho darlo.
Zancadillas que nos pegamos unos a los otros porque así nos sentimos mejor y así actuamos ante la vida. Con ideas preconcebidas y juiciosas sobre los demás, sin pensar en el daño que le podemos hacer a esa persona, porque todos tenemos derecho a cambiar, a no ser como éramos y a que nuestra personalidad se cambie con nuestras experiencias y sepa ver la vida de distintas formas.
Me preocuparé en adelante, no digo que de primeras lo consiga, pero al menos intentaré dar segundas y terceras oportunidades a quien sienta que se lo merece y a no pensar que dicha persona es así y punto, sino darle ese margen de confianza para no tener una aburrida primera impresión, sino varias que le den la salsa necesaria a nuestra vida
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