Elvira Lindo es una todoterreno. Sabe manejar la palabra para contar una historia cercana de la forma más irónica y sensible posible, como es capaz de denunciar de forma contundente y acertada, los problemas que rodean a nuestro mundo.
Hoy hablo de ella por partida doble porque he visto la adaptación cinematográfica de su novela Una palabra tuya y también porque quiero publicar la última columna que ha escrito en El País sobre el accidente aéreo de Barajas, que me ha iluminado los ojos y me ha servido para obtener un nuevo punto de vista en el que no había caído.
Comienzo por la película...
El problema que he tenido para que Una palabra tuya no acabara de gustarme del todo es que no es la adaptación que yo esperaba. Es lo que pasa cuando te entusiasma un libro, te haces una idea de cómo ocurre la historia, los paisajes, la relación entre los personajes y como no cuadre con tu idea, por muy bien que esté planteada, no te sientes satisfecha con el resultado.
González-Sinde sí que sabe contar la historia narrativamente con unos flash-backs adecuados y con un buen ritmo, pero no llega a sacudirte el corazón en ningún momento como me pasó leyendo el libro. Las interpretaciones individuales de cada uno de los protagonistas están bien pero sus relaciones entre ellos no me cuadran y no me las llego a creer del todo.
Además, el punto de vista irónico y positivo de muchas de las partes de la novela se convierte en un dramatismo absoluto muy exagerado que te deja con mal sabor de boca y como que te hace perderte un poco en la historia, ya que en momentos parece que las protagonistas están inmersas en una locura cuando de repente se quieren matar la una a la otra.
La música tampoco me ha entusiasmado mucho porque creo que ha escogido un recurso fácil de música callejera que no sintonizaba del todo con las situaciones que se iban presentando, aunque sí que le tengo que reconocer que me ha maravillado la fotografía de las localizaciones y que me perdía absolutamente con los colores de los paisajes del pueblo y con la realidad de las calles de noche.
En definitiva, unas interpretaciones maravillosas de unos personajes reales de la vida misma pero que en conjunto no se adecuan a la idea que yo tenía de la historia inicial del libro. Si logran conjugar con tu idea, perfecto y si no la has visto, puede que te resulte un poco extraña esos cambios de humor bruscos y repentinos, pero si uno se lee, Una palabra tuya, lo entiende desde la primera página.
Leer critica Una palabra tuya en Muchocine.net
Y acabo con esa columna sobre el accidente aéreo que se llama ¿Cuando acaba esta película?
Probablemente no sea éste el espacio ni el tono que se espera del tralarí tralará de las revistas de verano (perdonen las molestias) pero, entre las muchas sensaciones que inspiran al columnista, la más poderosa es la de perplejidad, y no quiero reprimir el deseo de compartirla. En estos días en que se exprimió el accidente de avión hasta el punto de inocularnos un miedo a volar que en nada se corresponde con las estadísticas, hubo algo que me causó profunda desazón.
Hablo de la manera en que los muertos pasaron a ser patrimonio de las comunidades autónomas.
El obispo de Canarias fue traído a Madrid, como si la fe se distribuyera por autonomías; las comunidades se apresuraron a hacer el registro de los suyos y pagaron esquelas en los periódicos; la diputación de Málaga, por ejemplo, publicó una por los muertos de la provincia; el presidente del gobierno se reunió con el presidente del Cabildo; los reporteros ponían la alcachofa a cualquier político que reclamara su cuota en el duelo e improvisaba unas innecesarias declaraciones. ¿Qué se puede declarar en estos casos salvo si se ostenta algún tipo de responsabilidad esclarecedora? Cuando la cifra de muertos empezó a elevarse, no sentimos (casi puedo utilizar el plural sin equivocarme) un dolor diferenciado por la procedencia de los muertos.
Lo que surge en esos momentos es una especie de duelo colectivo. Los muertos son patrimonio de esos seres queridos que ya sólo los disfrutarán en el recuerdo. Pero el deseo de apropiación de los políticos lo trivializa todo y enturbia la solidaridad colectiva.
Leí que un pequeño superviviente de ocho años le preguntaba a un bombero por su padre y por cuándo se acababa la película. No sé si el niño era canario o malagueño. Era sorprendente, fantasioso y tierno, como todos los niños.
Yo, lo que añadiría son dos cosas que me están molestando profundamente de cómo se está tratando este tema en los medios: la primera es la cantidad de especulaciones que están surgiendo sobre las causas del accidente, ese tipo de suposiciones lo único que consiguen es alterar el ánimo de la gente y provocarles confusión sobre todo lo que rodea este caso, porque no olvidemos que hasta que el juez no dictamine lo que sucedió, lo demás es pamplina y más que pamplina y no sirve nada más que para suscitar morbo y darle a la gente un culpable, que probablemente no lo sea y lo segundo es esa necesidad imperiosa de todos los informativos de sacar noticias donde antes no lo eran o estaban al final de un informativo y no ahora, que por conveniencia las sacan en portada.
Lo único que hay que pensar es en el daño que se le puede estar haciendo a esas familias creandoles expectativas y confusiones que profundicen aún más el dolor por el que están pasando. Yo, desde aquí, les doy mi más sincero pésame y les deseo que cuando tenga que ser, les den esa respuesta que están buscando.
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