He podido cumplir una gran ilusión. Después de años y años, soñando y deseando poder ver teatro clásico en directo en el sitio más emblemático y especial que podía imaginarme, esa ilusión la he podido vivir en primera mano en un inolvidable fin de semana que espero poder hacer todos los años.
Todo el mundo ha vibrado con la esperadísima victoria de la selección española, que yo también celebro (aunque también quiero dejar constancia que me hubiera gustado que esa misma repercusión en la gente se hubiera dado con la selección de baloncesto, pero en fin, no todos mis sueños se pueden cumplir).
Mi victoria personal fue haber estado en Almagro. Lugar donde pisas teatro, ves teatro y disfrutas teatro. La sensación nada más pisar sus empedradas calles era de estar viviendo en esa época del siglo de oro en la que todo el mundo terminaba más rápido que nunca sus quehaceres para contemplar las diversas representaciones.
La organización siendo un pueblo tan chiquito como es, fue extraordinaria, digna de muchas ciudades grandes que se las dan de capitalidad cultural y luego demuestran más bien poco. Se veía muy claro donde se representaban las obras, las acreditaciones listas en su sitio, todo limpio y bien preparado para cada una de las compañías y un ambiente puro de teatro que te incitaba aún más a querer ver teatro y más teatro.
Tuvimos la suerte de poder ver el viernes y el sábado, dos obras bien distintas que pudimos comparar y admirar por varios motivos. La primera fue en el Hospital de San Juan y era una comedia de Calderón de la Barca titulada Las manos blancas no ofenden. Se notaba desde el principio la profesionalidad de cada uno de los actores, formado en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, por su maravillosa forma de interpretar: proyección de la voz al hablar y al cantar que se propagaba extraordinariamente por todo el recinto y además una gran adaptación para todos los públicos, que incluso los menos entendidos o los que menos se familiarizan con este tipo de teatro, captan el mensaje enseguida, gracias a esos grandes diálogos y exageraciones y una comicidad que nos hizo disfrutar a todos los que tuvimos el honor de presenciarla.
Y el sábado, en la Antigüa Universidad Renacentista, pudimos comparar esta obra con El burlador de Sevilla que representaban muchos actores noveles en este tipo de teatro pero que la mayoría han logrado su éxito en televisión. Aunque su interpretación se distanciaba mucho de la gran experiencia notoria de Las manos blancas no ofenden, lo cierto es que interpretaron una versión muy arriesgada de esta conocida obra que me sorprendió gratamente y que simplemente le falló esa poca experiencia en este tipo de representaciones. Por lo demás, me encantó ese cambio de registro de Fran Perea y me sorprendió la personalidad que supo darle a ese complicado personaje.
Y ¿qué faltaba?. Pues el lugar al que siempre quise entrar y ver una representación pero que no pude porque no coincidía una obra que me gustara con los días en los que iba. Se trata como no, del Corral de Comedias. Así que, en mi mente siniestra, lo único que tenía en la cabeza es que yo tenía que entrar allí, como fuera. Todos me decían que sería complicado porque con representaciones no se podría visitar, pero yo no podía pisar esas calles, vivir ese bonito sueño, sin ver ese Corral de Comedias.
Y como podeis comprobar gráficamente, SI QUE PUDE ENTRAR. En esa foto concretamente, una imagen no vale más que mil palabras, porque no se expresa con rotundidad lo que yo estaba sintiendo por dentro, al sentarme en esas sillas, ver esos aposentos, el patio de mosqueteros, la cazuela de mujeres y poder tocar, sentir y contemplar, todo ese entramado, que en su momento era el único sitio para escaparse del mundanal ruido en esa época.
Mis mini-vacaciones fueron increibles, tanto es así, que espero que esta cita se convierta en anual durante toda mi vida. Gracias Almagro
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