CRUELDAD
NECESARIA PARA EL ESPECTADOR
El
teatro Cervantes acogió esta función dirigida por Mario Gas donde
podemos disfrutar de un acto de crueldad de un personaje a otro pero
a la vez de dos de las mejores interpretaciones que he podido
observar de sus dos protagonistas, Miguel Ángel Solá y Daniel
Freire
Me
comentaba Daniel Freire en la entrevista que tuvimos previa sobre la
obra, que “el público se convierte en un tercer personaje” y vaya si
no le faltaba razón. El público es consciente de un juego de la más
absoluta crueldad y como dice el personaje interpretado por Miguel
Ángel Solá (aunque podríamos cuestionarnos el denominarlo
“personaje” tal y como se hace constantemente en la función), el
público debe permanecer sentado y contemplar con la más absoluta
impotencia cómo se destroza la vida de un ser humano.
“El
veneno del teatro” es completamente inquietante por varios motivos.
Uno de los más principales son la combinación de silencios y
miradas, nosotros que vivimos en una sociedad donde se impone el
ritmo y el dinamismo, el hecho de que uno de los personajes interpele
y el otro no conteste, le haga dudar y simplemente le observe,
provoca no sólo que el personaje interpretado por Freire se vuelva
loco si no que se traslada al público inmediatamente. Inquieta
también el transcurso de lo que va sucediendo, sin pausa pero
desarrollando los acontecimientos con un ritmo más lento pero lo que
más aplaudo es que nadie, por mucho que alguno presuma que se
imaginaba o sabía lo que iba a pasar, se espera ni lo que va a pasar
ni cómo acaba esta locura de historia. Y por último, el personaje
de Miguel Ángel Solá, quién ya ha sido añadido a mi lista de
malos favoritos. Absolutamente brillante con el condicionante que,
aunque nadie aprueba sus métodos, su lógica y la manera en que
quiere demostrar sus teorías, como científico que es, es acorde con
lo que quiere demostrar. Por tanto, aunque nadie en su sano juicio,
caería en idear esa angustia hacia ninguna persona, lo cierto es que
tiene razón en alguna de sus conclusiones, sobre todo, en lo que se
refiere a nuestra manera de actuar en la vida cotidiana.
Y
es que ese es el asunto principal, ¿actuamos en nuestra vida
cotidiana?¿nos dejamos llevar por la vestimenta, el aspecto exterior
en definitiva, y actuamos acorde a esa circunstancia?¿un actor cómo
debe actuar para que su personaje pueda ser lo más real posible,
separándose o acercándose a él?. Todas estas dudas se van
formulando en una obra magistralmente dirigida por Mario Gas, con un
ritmo en progresivo, esas pausas angustiosas y esos diálogos secos
pero que no les hace falta ni un ápice más, con unas
interpretaciones bárbaras de dejarse la piel y el sentimiento por
parte de Miguel Ángel Solá y Daniel Freire, a quién echaba de
menos descubrirle en estas facetas más interesantes y con un juego
en el apartado de la iluminación, muy brillante y perfectamente
apropiado para lo que se necesitaba enfatizar.
Aunque
sea un texto muy conocido por el mundo de los actores, lo cierto es
que el toque personal que tiene este veneno del teatro, te hace
volverte loco por su efecto de haber sido cómplice y, a la vez,
disfrutar de un thriller tan perfectamente ideado y que es una
garantía de éxito para todos los que se atrevan a probarlo. Tengan
cuidado, que este veneno del teatro es totalmente adictivo.
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