Cuando al poner la radio o la televisión me atormentan con un tema de sucesos durante toda una semana, como si este tipo de casos no se produjeran nunca y en este momento es importante denunciar por cuestiones morales o simplemente que ganan audiencia, me pongo de los nervios. Este tipo de cosas serían mi respuesta a qué es lo que me gusta menos de mi profesión.
Parece como si nunca hubieran existido los maltratos a mujeres, los acosos escolares o las violaciones a menores. No, ahora de repente, el caso de la pequeña Mari Luz, debe ocupar todas las portadas por la incompetencia de la administración, cosa que no niego, y eso es lo que me indigna porque ya dada la noticia y el alcance que tenía, ya está. Nada de buscarle tres pies al gato. Hasta que no se conozca la sentencia definitiva, todo lo demás, sobra y sólo sirve para hacer más daño a una familia que ya ha sufrido bastante.
Ante estas situación siempre busco una voz que se distinga de lo que siempre se escucha y me de ese punto de vista necesario que me faltaba por averiguar. Os lo dejo de la mano de Elvira Lindo:
OTRAS VÍCTIMAS
Mari Luz. Más valdría contener a ese gentío que se apresura a esperar al asesino a las puertas de los juzgados con una piedra en la mano y alentar, sin embargo, a esos otros ciudadanos que, sin violencia pero con tozudez, reclamarán a la justicia el compromiso de que se va a tratar de corregir esta inexcusable sucesión de torpezas. Los vídeos domésticos en los que aparecía esa criatura diminuta y llena de gracia se han convertido en el testimonio desolador de un porvenir que ya no sucederá. Pero dejando claro que la víctima irrecuperable de cualquier historia es quien pierde la vida, en este caso la niña Mari Luz, hay otras víctimas que vivirán el resto de su existencia marcadas por un siniestro individuo que perpetró sus fechorías con una inexplicable libertad. Es de suponer que esas otras víctimas habrán tenido estos días un sabor amargo en la boca. Para empezar, los hijos del asesino -sobre todo la niña, de la que el padre abusó con la complicidad de la madre- que por fortuna hoy viven en manos de otros padres, pero que van a sufrir de por vida el peso de sus orígenes, por mucho que sean protegidos por el anonimato que les proporciona la ley; en segundo lugar, aquel profesor de educación física al que este sujeto tuvo la sangre fría de acusar de haber abusado de su hija para ocultar así su propio delito. Este pobre hombre estuvo bajo sospecha casi dos años y, aunque se haya alegrado de que por fin el pájaro está en la jaula, nadie podrá compensarle por todo ese tiempo en que fue observado por sus paisanos como autor de un delito que no había cometido. No hay angustia más grande que la del que no ha hecho nada y ve puesta en duda su inocencia. Todos ellos deberían ser compensados. Pero como no será así, crucemos los dedos para que al menos funcionen los bancos de datos y las funcionarias no estén de baja.
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