La fotografía supera la poca carga dramáica de esta película de Brad Anderson.
En las pocas críticas que he leído de esta película hacían referencia al cine de Hitchcock como influencia para crear el suspense de Transsiberian y yo como buena amante hitchckoniana pues me interesaba verla. Y lo cierto es que no encontré esos detalles que te hacían ponerte en tensión porque sabías lo que iba a ocurrir después, más que nada porque la historia es más bien flojilla con muy escaso interés y con un desarrollo lentísimo que te hace perderte por completo y simplemente disfrutar de las maravillas imágenes del Transsiberiano.
En la película casualmente se conocen dos parejas en las que la chica de una de ellas y el chico de la otra comienza a conectar y se sentiran atraídos por un secreto que él esconde. Lo que comienza por un secreto atrayente acaba por una consecución de escenas larguísimas y fastidiosas en las que los acontecimientos cobran un sentido más bien loco y no tanto de suspense.
Las interpretaciones son otro punto a favor de la película sobretodo de Sir Ben Kinsgley y Woody Harrelson que bordan la personalidad muy particular de ambos papeles y un Eduardo Noriega que pisa fuerte en el terreno internacional y resulta una muy buena carta de presentación en su carrera. Emily Mortimer resulta un poco cargante con las fotitos todo el día y la carita de pena que parece que es el único rostro que sabe poner en toda la película.
En definitiva, nos encontramos con una historia de mentiras bastante floja, que aporta alguna que otra risa en la fiesta que se celebra en el tren y poco más, pero que no tiene una carga de suspense interesante ni una consecución final de esas para no olvidar. Eso sí, ver durante todo el metraje cómo es ese Transsiberiano no tiene desperdicio.
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