Una jartá de reir, eso es lo que me llevado esta noche después de ver en el teatro a Pablo Carbonell y sus secuaces en "La curva de la felicidad". Entre la obra y "Tropic Thunder" llevo una semana de risas que se la deseo a todo el mundo y es el mejor remedio para no acordarse de esos días más duros de trabajo.
La historia comienza con Quino, un perdedor con mucha barriga (bueno curva de la felicidad o bajo de tórax que diría Obelix), muy sucio que tiene que vender su piso obligado por su ex-mujer.
Desde el princio, el gran Carbonell ya te hace soltar la primera gran carcajada por las pintas de guarro desordenado que nos muestra desde el principio y después la cosa no para, personajes que quieren comprar ese piso con personalidades a cada cual más diferente, un "macho ibérico" que mucho habla pero poco hace, un psicólogo con una metodología algo extraña (porque los aspavientos que hace con las manos no son normales) y el mejor amigo que le ofrece el gran trato de pagarle el piso en un plazo de 5.000 meses a 100 euros.
Se refleja no sólo la crisis de los 40, con los miedos y temores y tonterías varias que se le pasa a uno por la cabeza, sino que también sabe analizar con mucha gracia a las mujeres burlándose de ellas y de ellos mismos.
También nos encontramos con diálogos muy divertidos que junto con la buena escenificación y gestos de los actores, se convierte en una de las obras de teatro más divertidas que yo he visto en mucho tiempo, con frases memorables como: "Lo peor que te pueden decir es que eres un tio infollable)
Les animo a que ven la curva de la felicidad de Pablo, que da repelús, pero es muy graciosa.
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