El maestro de la escritura vuelve a sorprenderme con un artículo ingenioso cargado de ironía, ternura y humor, lo que más me alucina de este escritor, es cómo saca partido de algo tan normal como es una persona coja. El mundo imaginativo de este hombre es apasionante, por eso doy gracias a que existan genios como el que me dejen descubrir su mundo gracias a sus palabras. Os dejo con esta obra maestra, del ganador del Premio Planeta, Juan José Millás.
En la revista para la que entonces trabajaba me encargaron escribir un reportaje sobre mujeres cojas. Les dije que parecía un tema de verano y que estábamos en otoño, por lo que prefería escribir sobre un asunto de entretiempo.
-¿Qué entiendes por un asunto de entretiempo?-, preguntó el redactor jefe con cara de pocos amigos.
-Mancos-, dije, y ante su expresión de estupor añadí: -Mancos, sí. En esta revista no se ha escrito nunca un buen reportaje sobre mancos. Los mancos están deseando que llegue el otoño para ponerse manga larga, pero tienen pánico al verano por la manga corta. Es un tema perfecto para esta época del año.
Como es de suponer, me lo acababa de inventar. Quería escribir sobre mancos porque tengo un amigo diestro al que le falta el brazo derecho. Hasta ahí, todo normal (dentro de un desorden, claro). Lo curioso es que mi amigo es un tenista frustrado. Dios no debería dar la vocación de tenista a alguien manco como no debería dar pan al que no tiene hambre. Pero las cosas son como son y lo cierto es que mi amigo habría dado el brazo que le queda por haber ejercido de tenista profesional. Este asunto me tortura desde hace años. Durante algún tiempo pensé que no era posible que alguien sin dotes para la filosofía aspirara a ser filósofo o que alguien sin dotes para la escritura aspirara a ser escritor. Me parece una crueldad excesiva, un malentendido insoportable. La vida, sin embargo, me ha enseñado que lo normal es que pretendamos ser lo que no podemos. Yo mismo daría el brazo derecho al tenista frustrado por haber sido cantautor, lo que es un disparate, pues estoy absolutamente negado para la música.
-Preferiría escribir un reportaje sobre mancos-, insistí manteniendo la mirada al redactor jefe.
-Pues vas a escribir un reportaje sobre mujeres cojas, porque los contenidos de la revista los decidimos el director y yo.
Permanecí en silencio unos segundos, digiriendo la humillación, y al fin, por incordiar un poco, sugerí.
-¿Y por qué no de hombres cojos? Los hombres cojos son más interesantes que las mujeres cojas.
-Por la cuota, muchacho-, respondió el redactor jefe abandonado su tono agresivo, por la cuota. Por lo visto, en los últimos cinco años hemos escrito tres reportajes sobre cojos y ninguno sobre cojas. Hay que equilibrar.
Abandoné la redacción y estuve dando vueltas un par de horas por la calle, buscando mujeres cojas. La verdad es que no tardé en dar con una que cojeaba de la pierna derecha, pero cuando la abordé, magnetófono en mano, diciéndole que trabajaba para la revista equis y que estaba haciendo un reportaje sobre cojas, me dijo que a ella sólo le rozaba el zapato. Creo que me engañó, pero no era cuestión de ponerme a discutir en medio de la calle un asunto tan delicado. Di también con una anciana con bastón que deseché porque no era coja de nacimiento. Por alguna razón, pensaba que las cojas de nacimiento eran más interesantes que las sobrevenidas.
Llegué a casa desanimado y me dejé caer sobre el sofá dispuesto a hojear (o a ojear, como ustedes prefieran) el periódico. Caí por casualidad (¿por casualidad?) en la sección de contactos sexuales, donde había un anuncio que decía así: "Madurita viciosa y coja, domicilio y hotel. Llámame y voy corriendo". Lo de "voy corriendo", teniendo en cuenta su problema, me pareció un acierto literario, quizá un rasgo de humor. El caso es que descolgué el teléfono y le pedí que viniera a mi casa.
-En media hora estoy allí-, me dijo.
Mientras la esperaba, recogí un poco el salón y preparé mentalmente un cuestionario acerca de la cojera que no me dio tiempo a poner sobre el papel porque el timbre sonó antes de lo previsto. Se trataba de una mujer de unos 45 años, muy alta, lo que acentuaba su cojera. Tenía los labios operados y una cicatriz en la frente. Actuaba con la eficacia de alguien acostumbrado a resolver los problemas cuanto antes.
Cuando comenzó a desnudarse le pedí que se estuviera quieta.
-¿Entonces qué?-, preguntó desconcertada.
-Verás, soy un perverso, sólo quiero hablar.
La mujer se sentó en el sofá y comenzamos a hablar de su cojera. Como la sorprendí en varias contradicciones, acabó confesándome que era una coja falsa, pues a los hombres les excitaba mucho esa minusvalía. Me quedé anonadado, pero escribí un reportaje sobre cojas falsas que al redactor jefe le encantó y por el que me dieron el primer premio de mi carrera periodística.
El mundo es portentoso.
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